Hay historias que nunca se han contado, historias que esperan en el silencio, escondidas en los rincones olvidados del tiempo. Lo que aún no ves es parte de esas historias, aquellas que han estado aguardando por ti, como ecos susurrantes que jamás encontraron voz.

El camino hacia lo desconocido no es evidente, pero está ahí, como las huellas desdibujadas de alguien que caminó antes de ti. Mientras avanzas, sientes que algo está tratando de alcanzarte desde el pasado, algo que no se muestra abiertamente, pero que se adivina en cada sombra.

A lo lejos, la figura de un viejo olivo se perfila, envuelto en una niebla que nunca se disipa del todo. La corteza rugosa parece contar secretos antiguos, y las hojas susurran algo que no puedes entender, pero que, de algún modo, reconoces. A tu alrededor, fragmentos de voces olvidadas se arrastran como el viento: «No todo se ha perdido», dicen, «si puedes recordar».

Las imágenes borrosas se presentan como retazos de un sueño a medio olvidar. Manos que alguna vez sostuvieron otras, un reflejo que cambia justo cuando intentas atraparlo, como si la verdad estuviera ahí, pero siempre escapando entre los dedos del tiempo. Los contornos se desvanecen antes de que puedas comprenderlos del todo, y con cada intento, te preguntas si el verdadero propósito no es encontrar, sino seguir buscando.

El sendero se estrecha, y cada paso parece llevarte más profundo en un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan. No hay respuestas aquí, solo más preguntas, como un eco que te llama desde lejos: «¿Te atreverás a seguir mirando, incluso cuando no haya certezas?». La puerta entreabierta está ahí, esperando. Quizás lo que importa no sea abrirla, sino aceptar que siempre habrá algo que queda por descubrir.