El silencio que nos quedó

Nos hemos quedado con tanto silencio… Silencio en las casas, en las mesas, en los lugares donde solíamos reunirnos. Silencio que pesa, porque no solo es la ausencia de palabras, sino de lo que nunca dijimos. Hay un vacío palpable que se ha instalado donde antes había risas y conversaciones interminables. Un espacio que se siente frío, no por la falta de sonido, sino por la falta de aquello que una vez nos conectaba.

¿Recuerdas la última vez que escuchaste la risa de alguien que ya no está? Esa risa que llenaba cada rincón, que rompía la monotonía del día y hacía que todo tuviera sentido, aunque fuera por un instante. Ahora, ese eco se ha desvanecido, y solo queda la ausencia que nos envuelve. Cada historia que no se contó, cada palabra que se quedó en la garganta, se convierte en parte del peso que llevamos, un peso que el silencio amplifica.

El silencio no es solo la falta de ruido. Es la ausencia de quienes ya no están, de las palabras que nunca se dijeron, de los abrazos que nunca se dieron. Es el espacio vacío en la mesa donde solíamos sentarnos todos juntos. Es mirar hacia un lugar y esperar ver a alguien, solo para recordar que ya no estará ahí. Y duele, duele porque sabemos que esas historias, esas risas, nunca volverán de la misma manera.

Pero, tal vez, el silencio también sea una invitación. Una oportunidad para recordar lo que una vez fue y para darle un nuevo significado. Tal vez podamos llenar ese silencio con nuestra propia voz, con las historias que aún podemos contar, con los recuerdos que aún podemos compartir. Porque mientras haya alguien dispuesto a recordar, mientras haya alguien que quiera hablar, el silencio no podrá tener la última palabra.

El silencio que nos quedó no tiene que ser el final. Podemos darle forma, podemos transformarlo en algo más. Podemos llenarlo con los recuerdos que aún tenemos, con las historias que aún viven en nosotros. No dejemos que el silencio sea el que defina lo que somos. Hagamos que nuestras voces, nuestras memorias, sean las que den sentido a ese vacío. Porque, al final, lo que verdaderamente importa no es el silencio que nos queda, sino lo que hacemos con él.

Recuerdos que duermen